Noche de alcohol y sinceridades

 (Fragmento de "Es que si te digo la verdad, no me crees")



- ¿De qué te ríes? – le dije herida, dolida, rencorosa, dañada en mi orgullo Cyranesco, en el impertérrito dolor de la naturaleza no extinta del hombre.
    - ¿Y qué quieres, hija? ¿Una palabra de consuelo? Elegiste mal la compañía, entonces. Haber acudido al cura… 
    Y con la gracia del caminante que fluye, pasé del dolor a la rabia sin darme apenas cuenta, a través de su mirada, de sus palabras, de su impasividad, y en general, de aquel estúpido personaje que tenía frente a mí dispuesto a odiar al mundo, o al menos, a todo aquel que formara parte de la comedia que representaba su vida.
    -¿Ves? Ahora me odias, pero ya no estás triste.
    - ¿También eres terapeuta?
    - ¿Te incomoda la sinceridad?
    - ¿Respondes siempre con preguntas?
    - ¿Ves por qué no tengo amigos en el pueblo?
    - ¿Tratas a todo el mundo así?
    - ¿Quieres saber qué pienso de ti?
    No respondí, porque sabía que poco le interesaba mi respuesta, y que igualmente me daría su opinión.
    - Pienso que te comportas como una niña caprichosa que esperaba que el pueblo entero se pusiera a sus pies acudiendo a su llamada. Pienso que no te has dado cuenta de que la pobre librería que has heredado llevaba tiempo haciendo las veces de panadería, porque en este pueblo interesan muy poco los asuntos literarios. Creías que llegando aquí la afamada escritora conseguiría más que todo lo que trabajó el desdichado del que heredaste esta miserable empresa en ruinas... – hizo entonces una pausa en su discurso tranquilo e hiriente, para darle una amplia calada a su cigarrillo slim y continuar azotándome con su daga de hielo – ...y sí, pienso también que te sientes atraída por mí, y que te excita que te diga que llorando no se arreglan los problemas, porque en esa semilla en la que se confunden el dolor y el sexo, tú te encuentras realmente cómoda. – hizo una nueva pausa en su discurso, mirándome socarronamente, con una seguridad exasperante y molesta hasta el límite - ¿Quieres otra copa?
Y entre la maraña de sentimientos de furia y rencor encontrados, apareció una voz de esas de las que os hablo, que me hablan, que me conviven como el hambre, o como el frío, (porque aparecen incómodas, pero sabiéndose avisos de una necesidad mayor) que me pedía calma ante la adversidad y serenidad ante el ataque para escudriñar, de entre todas las balas vertidas, algo de utilidad con lo que obtener un resultado positivo de la ecuación de segundo grado en la que se había convertido aquella conversación.
    - Si.
Así que, se levantó de la mesa con su media sonrisa puesta en la boca, como compañera fiel y careta incoherente pero propia para su función, y trajo de vuelta dos chupitos de tequila, con su limón y su sal, con su canción incorporada para alimentar la risa y todas esas emociones que se despiertan solo con ciertos rituales como el que se da con el alcohol mexicano y con algunos pocos más.
    - Quizás preferías una absenta… - dijo con otra de sus amigas y compañeras: la ironía. – Rimbaud lo hubiera preferido, no sé si quedará a tu altura… - y entonces alzó su pequeño vaso de rojo descolorido, y acercando sus labios a mi oreja, dijo con tono solemne: - ¡La hemos vuelto a hallar!
    - ¿Qué?
    - La eternidad… es la mar, bañada por el sol…
    Y no sé si fue su discurso sincero y desastroso, o su chulería madrileña, o sus cigarrillos slim de elegancia retro… o quizás su soberbia para recitar a Rimbaud… porque el alcohol, eterno culpable de mil desdichas, no puede ser aquí justificación de mis actos; unos actos que me llevaron a besarlo, incomprensiblemente para mi orgullo, resuelto a desaparecer por decisión propia, o quizás por mi impetuoso comportamiento, o por su seguridad prepotente. La cuestión es que pegué mis labios a los suyos, como atraída por algún extraño imán potente e hipnotizador que me elevaba a la categoría de perdida en tan sólo un segundo. Y mientras el beso se me devolvía en una forma hasta la fecha desconocida para mí, incluyendo la compañía de unos templados calambres y un vapor caliente y completo, sentí que el tiempo desaparecía, que el espacio se diluía y que, quizás, lo que consideramos realidad no es más que un espejismo que puede desaparecer en un segundo intenso, como lo fue aquel, a pesar de mí y a pesar de tantas cosas que no me explico, pero que fueron dirigiendo mi rumbo por un camino tan diferente y tan exquisito, que las divagaciones mentales sobran para describirlo. 


Fragmenos de la novela "Es que si te digo la verdad, no me crees"

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