Macbeth (Evangelios Apócrifos de Divina Buenaventura Estupefacta)


"¿Leyeron Macbeth? o ¿vieron la película? No importa, esto no es un test de cultura, no se preocupen. Solo quiero utilizar Macbeth para explicarles una cosa que les sucede en sus vidas, que nos sucede todo el tiempo.

Macbeth es un soldado que, después de una batalla, se encuentra unos espectros que le vaticinan que será rey. Así, sucintamente resumido, éste es el hecho que les cuento, porque es el hecho que ahora más me interesa.

La cuestión es que Macbeth, al saber su destino, empieza a “esforzarse” porque el vaticinio se haga real, porque se le despertó un ansia de poder, que comenzó a dirigir sus actos. Así, a la primera barrera que encuentra que, según su entendimiento, le va a impedir ser rey, él trata de derribarla. Quiere ser rey, quiere ser poderoso, quiere ser admirado y adorado...

Ese tinte de anhelo de poder, o de anhelo de éxito, o de anhelo de ser amados... nos lleva, en nuestra propia vida, a interferirla para llevar a cabo nuestros propios “vaticinios personales”.

Goethe decía, ya que estamos con la literatura, que "Los anhelos son presentimientos de facultades que residen en nosotros, los signos precursores de lo que un día estaremos en condiciones de llevar a cabo".

Pero cuando nos esforzamos por llevar a cabo ese anhelo, con el tinte de nuestro deseo personal, entramos en una especie de película, de desdoblamiento de nuestra propia identidad, en la que vivimos la distorsión de esforzarnos por conseguir "aditivos", que se ponen por delante de lo que nuestra propia naturaleza ya lleva implícito, en su propia forma, con sus propios tiempos, y en un formato que la mente no es capaz de imaginar.

Así, a las ideas sobré qué hacer, que se pasean por mi mente, le pongo una pizquita de deseo personal, de logro, de esfuerzo para conseguir el éxito... Entonces aquellas pizquitas, en apariencia insignificantes, me abren caminos, vías nuevas en las que se convierten en lo más importante; se convierten en las metas de mi vida entera. Así, cuando llevo mucho tiempo caminando por una de estas vías, me olvido de hacia dónde me dirigía inicialmente, porque aquel propósito se cubrió por una nube de sueños y deseos personales, se cubrió por el humo del éxito, y de la sensación.

El día que fui a ver Macbeth al cine, me di cuenta de la cantidad de veces que en mi propia vida había ido detrás de mis propios vaticinios, de mi propio deseo de obtener unos logros que, creía, eran fruto del esfuerzo de mi identidad.
Después, me pasé un tiempo etiquetando aquel juego  de caminos aledaños como despreciable, erróneo, “perdido”...etc. Me culpé por haber llenado mi cabeza de deseos, cayendo en una nueva trampa más. Culpé a aquellos que creía ver ante mí divagando por los caminos, bajo mi propia lupa, bajo la lente de un ojo que creía saber la verdad, sin darme cuenta de que aquella mirada, era otro camino perdido más.

No se puede AMAR a la vida y juzgar, o reprimir los caminos que buscan los sueños, al mismo tiempo. Porque la misma vida implica aquellos impulsos que juzgamos. Porque la vida es una superficie de imperfección que viste un manto por encima de una perfecta armonía. La vida juega a interferir aquella armonía, para tratar de descolocar los elementos y trazarlos a un gusto personal, individual... y cuando se estira tanto aquel camino de juegos, que la cuerda no puede estirarse más, entonces, como una inspiración nueva de aquel que expiró su aire dejando sus pulmones vacíos, empezamos un camino de vuelta a atrás, un camino de ver cómo nuestros impulsos se van quedando sin aliento, cómo nuestras metas se van quedando sin el crédito que alimentaba la energía para correr detrás de ellas. Va perdiendo la fuerza en cada respiración, mientras vemos cómo se deshace el collar de perlas que siempre vestimos, cómo cada uno de los elementos queda suelto de aquella forma en la que nos acostumbramos a portarlo.

A partir de ahí, sabemos que nunca más aquellas perlas formarán ese mismo collar. De modo que nos quedamos expectantes de saber qué tipo de joya realizará el orfebre en el que me convierto cuando permito que mis manos sean dirigidas por el vacío."

Evangelios Apócrifos de Divina Buenaventura Estupefacta
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