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Mostrando entradas de abril, 2014

Mi madre: Brígida Estupefacta

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Dibujo de Iban Barrenetxea Brígida Estupefacta era hija de padres desconocidos. La dejaron en un cestito, muy bien acolchado y calentito, a la puerta de un convento, como se solía hacer en los tiempos en los que tener un hijo fuera del matrimonio no resultaba suficientemente cristiano. Sor Ana del Tiempo, la monja que se encontró con el mencionado pastel, quedó con una cara tan tiesa con la visión de la niña, que el convento, por mayoría absoluta, decidió poner de apellido a la chiquilla Estupefacta, mejor que de nombre, para que no resultase demasiado obvio.  Brígida era fea hasta decir basta. Era tan fea que las monjas no querían ni mirarla. Y como este asunto les traía cargo de conciencia, todas ellas recibían confesión constante al respecto de manos del Padre Lázaro, que las consolaba en el confesionario diciendo: “ Es que es muy fea, hijas, no os preocupéis, que Dios os perdonará el desprecio. Estos son casos en los que Él mismo, seguramente, reconocerá que se equi

Mi padre: Godofredo Buenaventura

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Cuadro de Tamara de Lempika Godofredo Buenaventura era un hombre de los de antes: con su trajecito impecable, su pañuelo con la inicial de su nombre bordada y los zapatos relucientes. Llevaba su uniforme de camarero tan impoluto, que si le daba directamente un rayo de sol podría llegar a deslumbrarte. Era tan insufriblemente limpio que a las chicas les daba asco; porque, ciertamente, hay un límite que no es necesario sobrepasar, y Godofredo se había extralimitado de la raya por pura obsesión. Dice un refrán popular: “No hay guarro que no sea escrupuloso”, y parece tener razón la sabiduría del pueblo, ya que el exceso de escrúpulos nos hace, por instinto, creer que aquel que posee cantidades ingentes de los mismos, es sin duda un guarro encubierto. De ahí el asco que provocan en los demás, a pesar de su aspecto inmaculado. En fin, que Godofredo, sin ser feo, era bastante asqueroso, de modo que, al compartir con Brígida el rechazo de la sociedad, parece que aquello fue suficiente

Evangelio de Divina Buenaventura Estupefacta

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Acababa de terminar de ver Léolo , una película canadiense que dejó mi sentimiento dispuesto en una especie de escaparate muy, muy transparente. La canción de Bianca sonaba en mi cabeza. La tarareé durante días. Por momentos, solo sus acordes llenaban mi pensamiento. El tema iba y venía a su antojo, de esa forma en la que se introducen las canciones, o quizás una simple sintonía: como el agua entra irremediablemente por los poros de la piel. Mediodía me decía que estaba obsesiva, pero yo casi no la escuchaba. Ella intentaba contarme los problemas que estaba teniendo con su jefa, pero yo casi no la escuchaba. Tenía que combatir con la canción para dejar el espacio suficiente que recibiera sus palabras. Y en plena guerra musical con Bianca, apareció el entendimiento espontáneo: no me interesaba en absoluto lo que me estaba contando Mediodía. Era algo tan simple que me sorprendió no haberme dado cuenta antes. Llevaba años escuchándola, y siempre había algo en mi mente que se interp