Volver al pueblo




"Volver a Martínez suponía para mí el reencuentro con el campo, con las caras rosas por el aire puro, con los árboles a los que antes siquiera prestaba atención y que tuvieron que esperar varios años para que pudiera honrarles como ellos merecen. Así que, fui disfrutando del camino, observando los huertos de los vecinos con detenimiento, al tiempo que yo era observada por sus dueños con ese gesto que se pone en los pueblos, falto absolutamente de discreción alguna, con el entrecejo fruncido para ver de lejos, y en algunos casos, añadiéndole una mano estirada por encima de los ojos para tratar de mitigar el sol que impide en el momento identificar a la presencia extraña. Una vez que lograban ponerme cara, nombre y apellidos, se veía un brazo estirado y un saludo con la mano, repitiendo mi nombre en alto para que, por si no me había dado cuenta de su presencia, pudiera verlos definitivamente y responderles al saludo. “¡Es la Daagne, María, la hija de la Valentina, mira qué maja que está la chica!”. Y mientras el Paco y la María se quedaban como estatuas con sus manos encima de los ojos tapando el sol y mirándome con el entrecejo fruncido, yo continuaba con mi camino, tratando de comprender, o más bien, de aceptar, (porque lo que no se comprende es mejor aceptarlo), las costumbres de mi pueblo que, como ya os he dicho, son las mismas que las de cualquier otro."

Fragmenos de la novela "Es que si te digo la verdad, no me crees"

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