La Ingeniosa Visita del Señor Waterloo

Cuando Petter Waterloo se presentó en casa de la Señora Suárez, nadie lo esperaba. Llamó tres veces a la puerta con los nudillos de la mano derecha. Lo atendió una voz desde dentro, ¿quién es?, Señora Suárez, soy el Señor Waterloo, abra, por favor.  Esmeralda Suárez pareció no darse por enterada. No conocía al tal Señor Waterloo que parecía tratarle con tanta confianza. A los desconocidos no se les abre la puerta, se lo enseñó su padre más de ochenta años atrás, y ella era una niña muy responsable y muy bien mandada. Pensó que era mejor que pasara el tiempo sin ofrecer más respuestas. Todos se cansan de esperar. Fue hacia la cocina a ponerse un té de canela. Calentaba el agua con el fuego de siempre, lo encendía con cerillas porque nunca se acostumbró al sofisticado mechero que le regalaron sus hijos por Navidad. A veces se le olvidaba poner en la taza el sobrecito de té, y tomaba el agua caliente con azúcar. Su cara era de tal placer que se diría que el gusto es una cuestión puramente de la sugestión. Sonaron tres nuevos golpes secos en la puerta. ¿Quién es?, Señora Suárez, soy el Señor Waterloo, por favor, abra la puerta, llevo esperando aquí un rato. ¿Quién sería ese tal Waterloo que parecía tratarla con tanta confianza? Ella no hacía caso de desconocidos, se lo enseñó su padre siendo una niña, y ella siempre había sido una niña muy bien educada. Cuando se canse se marchará. Escuchó un ruido que venía de la cocina. Encontró un puchero con agua hirviendo. Aprovechó que alguno de sus duendes le habría calentado el agua para hacerse un té. Sonaron tres golpes secos en el cristal de la ventana de la cocina. El rostro de un hombre le hacía señas para que se acercara. ¿Quién es usted?, Señora Suárez, soy yo, Petter Waterloo, ¿no me recuerda? No era una cara desconocida para ella, pero no lograba identificarlo. Pensó que el hombre se veía muy bien parecido a pesar de sus años. ¿Qué edad tiene usted?, ochenta y ocho, se le ve bien, ¿cómo hace para conservarse así?, tomo mucho té, ¿le gusta el té?, sí, pase entonces, gracias Señora Suárez. Se dirigió hacia la puerta, quitó las cadenas que la mantenían protegida de posibles intrusos, y abrió unos centímetros para ver al visitante. Lo examinó primero de arriba abajo. Se conserva bien este hombre, ¿qué edad tendrá?, buenos días Señora Suárez, ¿cómo está hoy?, bien, gracias a Dios, ¿no me invita a pasar?, no lo conozco, pero me gusta el té, ¿sí?, pase entonces, haré té para los dos. El Señor Waterloo pasó por fin a la entrada de la casa, y sintió, como todos los días, el olor a naftalina de los armarios. Estiró su espalda para parecer menos encorvado y más joven. Se apoyó lo justo en su bastón, para no creer que lo necesitaba. Está usted muy hermosa hoy, Señora Suárez. Ella se ruborizó y se llevó las manos a las mejillas. Es usted muy galante, ¿cómo dice que se llama?, Petter, encantada, lo mismo digo, ¿Quiere usted un té?, será un placer. El Señor Waterloo vio sus llaves en la mesita de la entrada, y se repitió a sí mismo que nunca volvería a olvidarlas.

Cuento perteneciente al libro "Cambalache", Octubre de 2009 (edición en papel agotada, solo disponible en pdf escribiendo al correo contactounkido@gmail.com)


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