Mi padre: Godofredo Buenaventura


Cuadro de Tamara de Lempika

Godofredo Buenaventura era un hombre de los de antes: con su trajecito impecable, su pañuelo con la inicial de su nombre bordada y los zapatos relucientes. Llevaba su uniforme de camarero tan impoluto, que si le daba directamente un rayo de sol podría llegar a deslumbrarte. Era tan insufriblemente limpio que a las chicas les daba asco; porque, ciertamente, hay un límite que no es necesario sobrepasar, y Godofredo se había extralimitado de la raya por pura obsesión. Dice un refrán popular: “No hay guarro que no sea escrupuloso”, y parece tener razón la sabiduría del pueblo, ya que el exceso de escrúpulos nos hace, por instinto, creer que aquel que posee cantidades ingentes de los mismos, es sin duda un guarro encubierto. De ahí el asco que provocan en los demás, a pesar de su aspecto inmaculado. En fin, que Godofredo, sin ser feo, era bastante asqueroso, de modo que, al compartir con Brígida el rechazo de la sociedad, parece que aquello fue suficiente para que se gustasen desde el primer instante. 

 Celebraron sus bodas tres meses después de haberse conocido. Nadie acudió al evento por parte de la novia, y escasos personajes por parte del ya marido. Se veía que, también, compartían soledad.

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