Mi madre: Brígida Estupefacta
Dibujo de Iban Barrenetxea Brígida Estupefacta era hija de padres desconocidos. La dejaron en un cestito, muy bien acolchado y calentito, a la puerta de un convento, como se solía hacer en los tiempos en los que tener un hijo fuera del matrimonio no resultaba suficientemente cristiano. Sor Ana del Tiempo, la monja que se encontró con el mencionado pastel, quedó con una cara tan tiesa con la visión de la niña, que el convento, por mayoría absoluta, decidió poner de apellido a la chiquilla Estupefacta, mejor que de nombre, para que no resultase demasiado obvio. Brígida era fea hasta decir basta. Era tan fea que las monjas no querían ni mirarla. Y como este asunto les traía cargo de conciencia, todas ellas recibían confesión constante al respecto de manos del Padre Lázaro, que las consolaba en el confesionario diciendo: “ Es que es muy fea, hijas, no os preocupéis, que Dios os perdonará el desprecio. Estos son casos en los que Él mismo, seguramente, reconocerá que se equi