Comunicación abstracta




Discreción, ser discret@, dice el diccionario que trata sobre la prudencia y la cautela, sobre la sensatez para formar un juicio o tener tacto para hablar. Sucede que ese “tacto”, puede tener o no tener un sustrato de miedo (47), o un sustrato de "valor". Miedo a herir al otro, miedo a equivocarse y acabar herido... cumplir con la discreción para cumplir con el valor del respeto con el que fui educado... etc.. O ese tacto puede aparecer como resultado de la introducción de una coherencia que me hace percibir lo que el otro puede o no recibir de mi parte, en un determinado momento. Este tacto sería un respeto que incluye la posibilidad de que el otr@ no sea respetuoso conmigo. No exige reciprocidad porque no es un valor.

Cuanto más buscamos controlar el aspecto inconsciente al comunicarnos, más miedo sentimos, porque actuamos como dique para las franjas entre 4 y 7. Se me convierte, aquel abstracto, entonces, en algo desconocido que no puedo decodificar, porque mi plano mental está entretenido con la finalidad de ser funcional a las ideas de sí mismo que sostiene desde el pasado.

La espontaneidad se pierde, porque justamente el acceso al abstracto es el que otorga la conexión on line, que me permite que a cada instante esté expandiendo mi percepción. Y cuando tengo en frente a alguien que incluye esa creatividad del instante, siento miedo (47) porque no puedo controlarlo, y esto me invita a mi propio descontrol, a las zonas que no son discretas de mí, según el valor.

¿Por qué tememos a los "locos", a las personas que no tienen un diseño lógico predeterminado, que podamos conocer? ¿a los que llevan al concreto las zonas que yo me prohibo? ¿que se permiten decir o hacer cualquier cosa? ¿por qué buscamos domesticarlos, darles una guía por la que ir? porque lo percibimos como algo descontrolado, que nos lleva a enfrentarnos con aquellas zonas de nosotros mismos en las que no tenemos control. Se salen de los surcos conocidos y lo percibimos como amenaza, al desequilibrio o al caos al cual apuntan.

Necesitamos de un protocolo que nos diga cómo actuar ante una persona así, cómo es que se hace, buscamos antes el protocolo preexistente, que abrirnos a la espontaneidad a la que nos invita alguien “descontrolado”. La inclusión de aquellas zonas de mí mismo donde tengo un prohibido mostrar, son las zonas que me van otorgando un acceso lógico más amplio, que despega mi identidad del aspecto exclusivamente concreto y controlable.

Mi aspecto legal se ve impactado cuando alguien, o una circunstancia, me lleva a un contexto en el que no cumplo los parámetros legales, cuando no cumplo con los parámetros que el contexto considera permisibles: un nene berreando en público, familiares que en público actúan de forma que el contexto no aprueba la actuación...
Allí, mi aspecto legal queda al desnudo, visible. Esta situación extraordinaria permite que podamos ver la atadura con el que la lógica nos ha codificado con el miedo a cumplir con la ley. Nos permite ver cuánto necesitamos la aprobación del contexto.

La lógica abstracta nos da la posibilidad de acceder a estas zonas con una estabilidad neurológica que ofrece un camino sólido, que no es un control del individuo, sino que tiene una inteligencia que lo sustenta, mucho más amplia que la del propio individuo. No es un “obligado mostrar”, sino una conexión profunda y directa con el vacío, que me permite percibir desde un observador inocente a aquello que desde el diseño me prohibo. El observador inocente hace un barrido de aquellas zonas, permitiendo un espacio para conexiones neurológicas nuevas, liberando el fitro moral, enlaces que dan permiso a lógica desconocida desde la cual tengo más forma de ver cómo se enlazan los distintos elementos. No es ninguna obligación por ser ese “yo mismo” oculto, en el plano, sino que ese “yo mismo” oculto, es tomado a percibirse con un cambio de foco. Pasamos de observarle desde el observador moral que lo esconde, a observarle desde la inocencia que le da libertad y espacio.

La obligación por ser ese “yo mismo” puede también formar parte del mismo impulso del observador moral, ahora anti-moral, que toma como exigencia u obligación ser en la forma en la que los valores tapan. La lógica abstracta nos lleva más allá de esta dualidad, y de hecho, la observa.

Está invitando al nacimiento de habilidades desconocidas y nuevas.

Por eso, este proceso es un constante despegarse de los planos de conflicto, y sobre todo, despegarse del plano del controlador o resolutor del conflicto, para acceder a otra franja de frecuencia desde la cual poder percibir el conflicto.

Por eso pasamos por zonas de total inestabilidad, con la seguridad en la incertidumbre que nos ofrece la conciencia de la Tierra que pisamos.

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