De lo que sucede cuando un virtuos@-humilde trata de ser auto-referente

El tema de la autoridad es tan extraño y paradójico, que consigue hacernos transitar contradicciones muy profundas. Ansiamos tanto ser “independientes”, que confundimos independencia y auto-referencia,  con empoderamiento de las propias ideas. Y la cosa se complica cuando nos creimos el cuentito de la virtud. Ahí encontramos miles de capas que tapan la genuina auto-referencia.

Esta supuesta “independencia” nace de la mano de descalificar a lo que antes era mi autoridad. En realidad, es un caparazón de aislamiento y protección, desde el cual no estoy abierto a permearme y aprender de los demás. Un caparazón que afianza, más y más, la rigidez de la identidad defendiendo lo propio: sus ideas, sus sentimientos, su trauma. “No me tienes en cuenta, eres injust@..., no piensas en lo que yo siento, no me ves...” Por supuesto, en esta situación atraigo la “preocupación” de aquellos que se tragaron el cuento de la virtud, para afianzar el candado del trauma entre todos.

Desde este punto de observación siempre hay un otro injusto, malo, insensible... yo siempre voy a tratar de ser mejor. Más humilde, más sincero... porque me tragué el cuento de que “el que se rebaja se ensalza; yo no voy a caer tan bajo como tú; yo tengo mucha más clase que todo eso...” El virtuoso quiere ser un ganador, incluso cuando pierde, porque siente que perder es un triunfo de humildad. El reconocimiento de sus errores es un broche de culpa, que le impide ver lo que hay detrás de su error, y enriquecerse con la lógica que se abre en aquel encuentro.

Es manipulable porque está convencido de que es bondados@, es superior, y no puede ver el Amor de  lo que rompe, de lo que no tiene la categoría de “especialísimo”, de lo burdo, de lo que arrasa las estructuras de su constructo de “bondad”, porque lo ve como insensible.

Es una dictadura de “los buenos”, que somos nosotros, imponiendo a toda costa nuestra bondad, porque tenemos derecho a afianzar nuestra identidad. Es el otro el que no dialoga, es el otro el que no escucha. Yo, todo lo hago bien, oiga. Y si voy a reconocer un error, lo hago porque tengo que ser humilde y sincero, para que veas lo sincero que soy, y cómo reconozco mis errores, porque yo sí, tengo una categoría humana que tú no tienes. Y en realidad, no lo estoy reconociendo, solo estoy poniendo la máscara de que lo hago. Porque si en verdad pensara que me equivoqué, la culpa sería como una losa brutal sobre mis hombros.

Voy a defender y justificar mis errores hasta la muerte, si es preciso, solo para no sentir semejante culpa, y voy a señalar como jueces a los que señalan los errores que percibo en mí mismo, pero que soy incapaz de reconocer, o de ver con otra perspectiva. Me voy a enmascarar mil veces, te voy a poner miles de caras para engañarte, antes que sentir la profunda aguja de la culpa y la vergüenza que siento dentro de mí. Porque sentirla, implicaría, de verdad, desmantelarme, y prefiero seguir refinando mis trajes.

El enemigo, entonces, es el que marca mis límites, el que me pone ante el abismo de mi frontera, y el amigo es el que me soba el lomo y viene y critica a ese que yo odio, y me da la razón en lo que yo pensaba. Y nos juntamos a criticarlo, a sacarle los defectos al que traía el potencial de abrirnos a una nueva percepción.

Así, para ser auto-referente tengo que crear algo propio, nuevo, diferente... desde el mismo yo al que digo disolver o desmantelar con mi proceso. Tengo que ser diferente para ser original, no puedo aprender de otro, porque no puedo reconocer que el otro tiene una percepción más amplia que yo, porque eso me desvaloriza, y creo que revalorizarme es volverme “independiente” de todo. Desde ahí, no puedo distinguir entre aprender desde mi auto-referencia, y dejarme manipular, porque soy realmente muy manipulable. Pero, por supuesto, antes que reconocer que soy manipulable, me quedo con la idea de que el otro me quiere manipular, y yo sigo afianzando mi capa de protección, mi muralla, mi gran muralla impermeable. Y si alguien me señala el error “será el malo, el juez, el fiscal, el demonio, insensible, cruel...” Pero lo más importante, es que me importa mucho que me señalen como manipulable, que los demás piensen que soy manejable porque, la verdad, es que mi identidad está puesta en una imagen, ¡en una imagen!... y por supuesto, lo que piensen otros de ella es lo que vale. El mercado de valores, entonces, me dará el valor de lo que valgo, porque no percibo el fondo de lo que me compone, sino el marco del cuadro que muestro.

Independencia, así, es aislamiento, protección y defensa. Es un conjunto de ideas sustentadas y rodeadas por una cúpula impermeable.

Los que tienen más percepción que yo, y una estructura para lo que yo no tengo, son mis enemigos, son manipuladores, ladrones, ¡me roban los potenciales! ...etc. No reconozco los abismos entre nosotros, porque confundo aprender de una percepción más veloz, con el hecho de ser alguien manipulable, o ser inferior, y ese temor a que me manipulen, a que me tomen por menos, a que me tomen por tonto, me impide el aprendizaje, la apertura de mi membrana, y mi crecimiento y maduración. Y entonces, no permea una comprensión abstracta, porque ésta necesita de la confianza en algo más allá de mi diseño. Y esa comprensión abstracta es la que me va a dar la posibilidad de percibir toda esta trama sin estar atrapado en la trama.

Ahí me creo estar teniendo una percepción abstracta, al nivel de otros, sin estarlo, porque no tengo la genuina humildad que me abre al aprendizaje, a la hidratación de mi membrana, a respirar intercomunicándome con otras velocidades. Por supuesto, desde esta situación, no  puedo asumirme con mayor velocidad de percepción que otro, me trataré de poner a su nivel, para que no se sienta menos, para que se valorice. Y así, ninguno de los dos maduramos, porque nos quedamos en el candado de la justicia-injusticia social del diseño.

Si puedo ver todo esto, es porque mi ímpetu por abrirme, por descubrir, por dejarme permear por el Amor que sostiene universos, es mayor que los anhelos de la identidad por alcanzar la gloria de la virtud, y entonces podré ver con sinceridad lo que me está operando. Sinceridad, no para ponerme la chapa de lo honesto que fui, sino para poder ver, encontrar ese mecanismo que opera en mí, y que me hace, una y otra vez, perder mi identidad en aquel laberinto.

Integridad: capacidad para desintegrarme y permitir de nuevo la integración, al gusto de la conciencia de la Tierra. No hay integridad sin capacidad para verme la corrupción, sin respeto para alejarme, para alejar al otro, sin abismos para distanciarme de todo y todos para que el paquete de sustitutos de los enlaces entre nosotros, se reseteen. No hay integridad sin permitir que te molesten mis movimientos, si me reedito para no causarte daño, si me reinvento para que me quieras, para que no me alejes... Si te otorgo atenciones para que no te sientas herido.

Abismos de Amor que sostiene universos, que permiten el oxígeno de reencontrar la valencia propia, y el enlace genuino sin intereses escondidos. Amor para ver honesta y sinceramente el candado que me encierra en una ceguera que no tiene más crédito para subsistir sin explotar.


"Yo también soy Cercei Lannister"
por Divina Buenaventura Estupefacta

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