Prefiero callar antes que hablar por otro

“Me gustaría no pensar tanto, pero no puedo”, dice él, con sus ojos rojos tras horas sin dormir. “¿Qué puedo hacer?”, me pregunta, buscando la solución a su problema; pero yo no tengo la respuesta. Podría citarle de memoria veinte párrafos de iluminadores de la conciencia con sus técnicas para no pensar; pero no quiero ser nunca más un loro de repetición, así que busco entre las frases revueltas del rastro impertinente de mi cabeza, si tengo alguna que se adapte a la ficha de su puzzle y no sea repetida. No la encuentro. Y prefiero callar antes que hablar por otro. 

Me doy cuenta de que esta noche rellenará su cabeza de nuevo con cientos de historias insuficientes, falsas, imaginarias y preocupantes, y no será diferente de las demás noches sin dormir; pero también sé que en la contradicción misma se encuentran las respuestas; y es en el caos de la inesperanza, de las cosas absurdas, cuando aceptamos ese aparente gran drama del dolor hipócrita que se pavonea por la sangre, donde encontramos el perfume de la serenidad.

Así que, decido encargarme del dolor propio que me produce ver el suyo, y respetar profundamente su confusión. Decido no mirarle nunca más por encima del hombro de los que nos alzamos como ayudadores de los otros, los que van con su dolor a cuestas a quitarte el tuyo, creyéndose más libres del sufrimiento, simplemente porque aprendieron a esconderlo mejor que los demás; los que en su mirada portan unas gafas distorsionadas que te ven erróneo, alguien a quien ayudar, alguien a quien decir cómo actuar.

No quiero seguir curando tus heridas hermano, amigo; esta noche solo voy a abrazarte y acompañarte en esa travesía que permite encontrarnos entre toda aquella maraña de yoes que okupan nuestra vacuidad.  

Tu dolor se convierte, para mí, en la invitación a despojarme de mis propios falsos vestidos."

Evangelios Apócrifos de Divina Buenaventura Estupefacta: Manuscritos del Mar Revuelto, de Laura F Campillo 
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