¿Puede amarse tanto como amo yo?

“Hay momentos en los que dudo de todo, incluso de mi existencia, como si  lo visible fuese una película inventada por mí. En esos momentos, me pregunto si no estaré falta de imaginación, porque quizás con algo más de empeño, o de tesón, o de autoafirmación, el rodaje tendría mejores resultados. Y entonces me voy paseando de un lado al otro del optimismo y del pesimismo, dejando desterrado ese equilibrio ansiado que a veces me exaspera. Como el pelo, si: corto o largo, no me veo en medias tintas; estas medias tintas por las que la obligación me decanta. Esos días, el consuelo me enoja y el enojo me da risa... la cuestión es llevar la contraria. ¡Qué peligrosos son los complejos! Te hacen verte como una maraña de inseguridades pegajosas, que no terminan de salir ni con friegas de alcohol de romero. Otros días, cuando el viento gira del este, o del oeste, (lo mismo da, al fin y al cabo lo importante es que cambie), admiro la belleza de una hoja de hierba: desde las de Withman, a las del pueblo que tanto me regala. Y así se pasan los días, buscando, quizás, lo que ya tengo dentro; o quizás, todo aquello en lo que creo, que no es más que el sueño de una noche que es día, durmiendo para no mirar a una realidad que me persigue y a la que no consigo definir.

Confundo la responsabilidad con la culpa, y después elevo la culpa al cuadrado por haberlo hecho. Y al segundo creo tener detrás de mi oreja los secretos de la existencia del hombre, esperando a que el dedo del entendimiento los recoja del letargo en el que viven. Hay días que la belleza se esconde, porque resulta tan intensa como los rayos de sol que me despiertan con la nueva disposición de la cama de mi cuarto. Hay segundos que rozo unas llamas intensas con las yemas de los dedos, y me nutren de la miseria que acumulo en la soledad de la adolescencia. Se visten de caos los pensamientos, quizás para después desnudarse de tanto necio e inservible aprendizaje.

Añoro los días de ingenuidad, si es que alguna vez existieron, y el miedo del inconsciente humano se transforma en ecuación constante en la habitación que tengo cerrada con llave dentro de mi alma, o de mi espíritu, porque ya no distingo entre ambos.

Me importa poco si esto que siento es locura transitoria; la etiqueta es lo de menos cuando no se tienen las respuestas. Dicen que lo importante es preguntar, pero yo me pregunto constantemente, a cada segundo: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?... ¿puede amarse tanto como yo amo?.”


(Fragmentos de "Distinto Animal")

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