Confesiones de una streaper de la moral, del Evangelio perdido



A mí me educaron para ser buena persona, para decir sí cuando hay que que decir sí, para decir no cuando hay que decir no, para decir gracias por cortesía y para pedir más permiso que perdón. Me educaron para que primara el bienestar de los demás por delante del mío propio, me educaron para ser seguidora, para obedecer, para escuchar palabrería con ojos de entusiasmo y para tender una mano a quien portaba en ella un cuchillo para cortármela. Me educaron para tragar enfados, para ahogar gritos, para mantener la compostura en toda situación. Me educaron para tolerar al intolerante y para juzgar con dura estaca a quién se salga de la moral. Me educaron para separarme de pecadores y para renegar de los que buscan su propio camino. Me educaron para decir sí a la autoridad, sin planteamientos, incondicionalmente. Me educaron, en fin, para no ser quien soy, para ponerme la máscara de la vida social, para compartir la falsedad con todos aquellos que la portan orgullosos y convencidos de hacer lo correcto.

Hoy en día soy una streaper de la moral, y me desnudo cada día ante mí misma y ante los demás. Soy el enojo que ahogué tantos años, y el grito desgarrador que sigue sonando en mi estómago; soy el sexo que reprimí para ser santa y la vanidad que tragué para sentarme en la tercera fila con falsa humildad. Soy los dones, los talentos y la soberbia que la vida ha querido regalarme, y soy el egoísmo que fingía no tener. Soy el rencor que falsamente escondía y la violencia que me callé.

No entro en los cánones de ninguna etiqueta, ni nunca más quiero colgarme un cartel en el que diga: “aquí va una buena persona”. No sé quién soy, ni mucho menos sé quién quiero ser. De momento, y para que no haya confusiones, simplemente soy...

Fdo.
Divina Buenaventura Estupefacta

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