Los primeros síntomas




Después de divagar mentalmente entre distintos países y lugares de extraordinaria belleza natural, los pensamientos de Graciosa se detuvieron en la floristería del barrio. 

SE NECESITA DEPENDIENTA
Buena presencia

Ella tenía una excelente presencia, así que, en cuanto habló con Lirio, el dueño del establecimiento, que la conocía desde la infancia, al igual que a toda su familia, la contrató inmediatamente. 

Graciosa dijo que había sentido la llamada de la vocación de florista en el mismo instante que pasó por el escaparate y leyó el anuncio. Que las mismas flores que brillaban desde el interior, estaban perfumando toda la calle, y se dijo: ¿qué mejor lugar para trabajar que entre rosas y claveles? Ese mismo lunes por la mañana comenzó con sus nuevas obligaciones laborales. Todo iba a las mil maravillas, aparentemente, hasta que, con la llegada de la primavera, llegaron también unos molestos estornudos, picores y mucosidades que nunca antes había tenido. El médico le diagnosticó alergia a las gramíneas, así que, primero se tomó una baja de una semana, para ver qué sucedía si no estaba en contacto constante con las plantas. La mejoría fue considerable, así que, decidió dejar su empleo, al menos, temporalmente. 

Brígida, que era una mujer de pocas palabras y muy observadora, como ya sabemos, se interesó especialmente por el asunto de la alergia de su hija. Algo le había llamado la atención. Nunca antes Graciosa había padecido alergia alguna, y menos aún a las plantas. Una pregunta, directa y atinada, como su exquisita inteligencia, fue suficiente para encaminar el sentido de los nuevos síntomas. 
“¿Estabas cómoda trabajando con Lirio?”
Graciosa la miró con los ojos abiertos de par en par. Hasta el momento en que le había preguntado su madre, no se había dado cuenta del asco que le producía el florista, de cómo la miraba con ojos de deseo, y de lo muy pervertidas que le parecían todas sus palabras, sus manos, sus pestañas... No, no estaba cómoda con Lirio. Esa era la cuestión. Todo lo demás era agradable: las plantas, la atención al público, las conversaciones con los vecinos... pero, cuando llegaba él, todo se nublaba, todo se hacía repulsivamente sexuado, en el peor sentido del vocablo. 

No hizo falta que respondiera, Brígida se dio por enterada. La alergia de su hija no volvería a presentarse al año próximo. No había de qué preocuparse. 

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